JOSÉ MARÍA PIRIS CARBALLO (Azcoitia, Guipúzcoa, España)

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En torno al mediodía del 29 de marzo de 1980, tres niños jugaban en la calle Izaraiz de Azcoitia (Guipúzcoa) cuando fueron alcanzados de lleno por una carga explosiva oculta en una bolsa de deportes. La explosión provocó la muerte en el acto de JOSÉ MARÍA PIRIS CARBALLO, de 13 años, e hirió de suma gravedad a Fernando García López, de 12. El tercer amigo, Jesús María Vega, resultó ileso.
La carga explosiva estaba destinada a un guardia civil que, con relativa frecuencia, solía aparcar su automóvil justo en el lugar donde explotó la bomba. El agente puso en marcha su vehículo y la bomba cayó al suelo sin que hiciera explosión. El guardia civil no se dio cuenta y la bolsa quedó en el suelo. Ahí se la encontraría José María mientras jugaba en la calle. Al parecer le dio una patada y el artefacto estalló.
Carmen Carballo, madre de José María, contaría en El Mundo (11 de agosto de 2002) lo que supuso la pérdida de su hijo: "Fueron a por un joven guardia civil que vivía junto a nuestro bloque y nos tocó a nosotros. Aquel pobre muchacho guardia civil, al que sólo conocíamos de vista, vino a nuestra casa a pedirnos perdón (...). Le quitaron la vida a José María y a nosotros nos la estropearon para siempre".
Aquella mañana, los tres amigos habían estado antes jugando un partido de fútbol en el campo del Colegio Municipal de Azpeitia, dirigido por los padres mercedarios. Los tres chavales vivían en el mismo barrio y el padre de Fernando García fue a recogerles en automóvil para llevarles hasta sus respectivas casas, situadas en un bloque nuevo de viviendas construidas en una de las laderas de las afueras de Azcoitia.
Junto al portal del domicilio, los niños se apearon del coche mientras el padre de Fernando buscaba aparcamiento. Pudo oír la explosión y llegó el primero para encontrarse con la macabra escena: José María muerto, con el cuerpo destrozado, y su hijo Fernando gravemente herido.
Carmen, la madre del pequeño asesinado, también escuchó la explosión desde su casa. Cuando se acercó a la plaza no le permitieron ver el cuerpo destrozado de su hijo. Una hermana de José María, que tenía 15 años en ese momento, sí pudo verlo y reconocerlo por las zapatillas de fútbol que llevaba puestas.
El alcalde de la localidad declaró tras el atentado que "los que formamos parte del Ayuntamiento y el pueblo, al que pertenecemos, estamos francamente consternados y preocupados. Las víctimas procedían de familias llegadas aquí hace muchos años, procedentes de Extremadura y Castilla, y que se habían integrado sin grandes dificultades en la sociedad vasca y, en concreto, en la población de Azcoitia". El Ayuntamiento estaba compuesto por diez miembros del PNV, dos de Herri Batasuna, dos del Partido Carlista, dos independientes y uno del PSOE. A última hora de la noche, el alcalde presidió un Pleno Extraordinario en el que se aprobó por unanimidad convocar una manifestación silenciosa contra la violencia para el día siguiente. "No tenemos palabras", decía la moción aprobada, "para expresar nuestra consternación. El pueblo ya está harto ydecimos basta. Exigimos basta. Basta de muertes, de heridos, de familias destrozadas. Basta ya de tanta violencia, provenga de donde provenga, afecte a quien afecte y sea de la forma que sea".
Al día siguiente, 30 de marzo, a las once y media de la mañana se celebró en la parroquia de Azpeitia el funeral por el alma de José María. Finalizada la ceremonia religiosa, y por decisión familiar, el cadáver fue trasladado a San Vicente de Alcántara (Cáceres), donde recibió sepultura.
Durante muchos años, hasta que se demostró que el asesinato de la niña Begoña Urroz Ibarrola (27 de junio de 1960) había sido obra de la banda asesina, José María Piris pasó por ser el primer niño asesinado por ETA. Son lo que ETA llama con su cinismo habitual "errores", para diferenciarlos de los asesinatos intencionados. Pero no hay tales errores. El que coloca una maleta llena de explosivos en una estación de tren abarrotada, en plena hora punta, sabe perfectamente que puede matar a cualquiera, como ocurrió con Begoña, bebé de 18 meses al que la bomba colocada por los asesinos de ETA le quemó el 90% del cuerpo, provocándole la muerte horas después. Lo mismo cuando colocan un coche-bomba en una casa-cuartel de la Guardia Civil o en un hipermercado.
Begoña abrió una lista de 22 niños asesinados por la banda terrorista, lista que se cerró, de momento, el 4 de agosto de 2002, con el asesinato de Silvia Martínez Santiago, de 6 años, mientras jugaba en su habitación en Santa Pola, hasta donde llegó la onda expansiva del coche bomba. Entre medias, un largo historial de asesinatos de niños a los que hay que sumar a todos aquellos que quedaron gravemente heridos, como fue el caso de Fernando García López en el atentado que hoy reseñamos.
ETA no comete errores. ETA sabe que sus atentados pueden provocar muertes de niños, y eso no le ha frenado a la hora de seguir colocando coches-bomba y atentar de forma indiscriminada. Además, si fueran errores, se arrepentirían de ellos, cosa que no hace esta banda de alimañas. No hay que olvidar, por ejemplo, que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado interceptaron una carta a los etarras en enero de 1992, en la que decían que "la vida de uno de nuestros luchadores vale cien veces más que la de un hijo de un txakurra". Dos meses después, el 23 de marzo de 1992, asesinaron a Juan José Carrasco Guerrero, mediante una bomba lapa puesta en el coche de su padre, el coronel en la reserva Félix Carrasco Pérez-Machado. No les importó en absoluto matar al hijo del que, al parecer, era su objetivo inicial. Carmen Carballo, por su parte, contó que cuatro meses después del asesinato de José Maríaa pareció una carta de ETA en el buzón de su casa de San Vicente de Alcántara dirigida a nombre del chaval. En ella la banda asesina afirmaba que el niño había muerto por error, porque la bomba no era para él. "Pero no se arrepentían", puntualizó la madre.
Por este atentado fueron condenados en 1986 Francisco Fernando Martín Robles, Jon Aguirre Aguiriano y Jesús María Zabarte Arregui, el carnicero de Mondragón. En 1988 fue condenado por los mismos hechos José Gabriel Urizar Murgoitio.
Fernando García López, de 12 años, era natural de Corrales del Vino (Zamora). Ingresó en estado grave en la sección de cuidados intensivos de la residencia sanitaria Nuestra Señora de Aránzazu, de la capital donostiarra, donde el equipo médico que le atendió calificó su estado de grave. El parte facultativo señalaba que Fernando García López sufría traumatismo facial y torácico, con graves lesiones en los ojos (traumatismo ocular bilateral con estallido) y en el pulmón izquierdo. El periodista de El País que informó del atentado escribió al día siguiente: "Se da por seguro que Fernando perderá los dos ojos". Y así fue. Fernando quedó ciego desde los 12 años. En Contra el olvido (2000) Cristina Cuesta recogió el testimonio de este chaval que lo último que vio en su vida fue morir a su amigo: "No perdí el conocimiento en ningún momento: me quedé de pie y ciego. No veía nada, enseguida oí a mi padre, pero no me enteraba de nada. Llegó la ambulancia y me llevaron al hospital, me durmieron y me operaron".
José María Piris Carballo, de 13 años de edad, era natural de San Vicente de Alcántara (Cáceres). Su familia, formada en ese momento por el matrimonio y tres hijos, al que posteriormente se añadiría un cuarto, había emigrado al País Vasco siete años antes del atentado, cuando su padre encontró un buen trabajo en la empresa Forjas de Azcoitia. Tras el asesinato de José María, abandonaron Guipúzcoa y regresaron a San Vicente de Alcántara.