Pasadas
las diez de la noche del jueves 6 de noviembre de 1980, tres
miembros de la banda terrorista ETA asesinaban a tiros en Éibar al policía
nacional JOSÉ ALBERTO LISALDE RAMOS y a su amigo, el
peluquero SOTERO MAZO FIGUERAS. Los dos amigos salían del domicilio de
Sotero y se disponían a subirse en un vehículo Seat 124, propiedad del agente
de Policía.
José Alberto Lisalde Ramos, de 27 años, era natural de Órgiva (Granada). Estaba casado y
tenía dos hijos de muy corta edad.
Los terroristas habían
estado horas antes apostados en la puerta del cine Coliseo de la localidad
guipuzcoana pensando, erróneamente, que varios agentes de Policía estaban
dentro de la sala. Su objetivo era atentar contra ellos cuando terminase la
sesión de cine y saliesen del local, pero al terminar la película, no vieron
salir a los agentes. Por ese motivo decidieron regresar al domicilio del etarra
Fidel González García, donde se alojaban los tres miembros de ETA. Al
llegar a la calle Virgen del Carmen vieron estacionado un vehículo propiedad de
un policía nacional y, sobre la marcha, decidieron esperar y atentar
contra él. El vehículo ya lo tenían fichado gracias a la labor de chivato
que había realizado el propio González García, tal y como se recoge en la
sentencia de 2003 por la que se condenó a Pedro José Picabea Ugalde.
Hacia
las 22:20 horas vieron que José Alberto Lisalde y Sotero Mazo se disponían a
subir al turismo y abrieron fuego contra ellos. José Alberto murió en el acto,
mientras que Sotero lo hizo poco después, antes de que pudiera ser trasladado a
un centro sanitario. En el lugar del atentado la Policía recogió cinco
casquillos de bala del calibre 9 milímetros parabellum, marca SF-Gelot de
fabricación francesa. Tras cometer el asesinato, los tres terroristas huyeron
en el vehículo de González García y se refugiaron en su domicilio.
En
un pleno extraordinario, celebrado nada más tener conocimiento del atentado, el
Ayuntamiento de Éibar acordó condenar "esta nueva manifestación de la
barbarie terrorista, con toda energía y sin reserva alguna". El texto de
la moción fue aprobado por los concejales del PNV, PSOE, Euskadiko Ezkerra y
PCE. Los concejales de Herri Batasuna se encontraban ausentes por haber
decidido en días pasados mantenerse ajenos a la actividad municipal. El
comunicado del Ayuntamiento pedía a los ciudadanos de Éibar que suspendiesen
sus actividades durante todo el día y que acudiesen a los actos que se iban a
organizar en señal de repulsa por el asesinato de José Alberto y Sotero. Al día
siguiente, 7 de noviembre, unas mil quinientas personas recorrieron las calles
de la localidad para manifestar su repulsa por el atentado.
En
el año 1982 la Audiencia Nacional condenó a Fidel González García –el etarra
que tenía alojados a tres miembros de la banda en su domicilio– y a Francisco
Fernando Martín Robles a sendas penas que sumaban 47 años de prisión. En el año
2003 fue condenado Pedro José Picabea Ugalde, alias Kepa de Hernani,
a 27 años de prisión por cada asesinato. El tribunal dio validez en su fallo a
la declaración judicial del etarra González García realizada
en 1981 delante de un abogado de su confianza, Ignacio Esnaola,
cuando indicó que los tres terroristas le comentaron, nada más llegar a su
casa, que habían ejecutado a dos personas. El tercer autor material del
asesinato, Juan María Oyarbide, no pudo ser juzgado al haber resultado muerto,
junto a Manuel Urionabarrenetxea, en septiembre de 1989 durante un
enfrentamiento con la Guardia Civil.
[José Alberto Lisalde] era un gran hombre; ya no está con
nosotros. Yo le vi por primera vez una mañana, cuando acababa de llegar a la
Comisaría del Cuerpo Superior de Policía de Eibar, procedente de Madrid. Corría
el año 1978. Era de una cortesía, de una educación y
de un cariño hacia sus compañeros y ciudadanos sin límites.
Su humanidad desmesurada le llevaba a efectuar por los demás
los más arriesgados sacrificios, sin esperar respuesta ni agradecimiento a
cambio. Su generosidad y comprensión estaban siempre al servicio de los demás,
como un padre diligente y humanísimo; su amor por los animales, por la
naturaleza y por todo aquello que representara la obra creadora del Altísimo
afloraban siempre por sus ojos llenos de luz y de cariño hacia todos. Que Dios
perdone a sus asesinos. (Testimonio de un inspector del Cuerpo Superior de
Policía recogido por El País,
13/11/1980)