El 3 de enero de 1979 la banda terrorista ETA asesinaba en Madrid al general CONSTANTINO ORTÍN GIL. El gobernador militar de Madrid fue acribillado a tiros por cuatro terroristas en torno a las tres de la tarde cuando se disponía a entrar en su domicilio. Uno de los disparos lo recibió en la frente, provocándole la muerte en el acto. La víctima ingresó cadáver en la Residencia Francisco Franco.
Años después se sabría que el asesinato fue ordenado por Txomin Iturbe Abasolo al grupo Argala de ETA, dirigido por Henri Parot, que cometió una treintena de asesinatos en doce años. La historia de esta célula secreta de ETA terminó en 1990 con la detención en Sevilla de Parot, hecho que tuvo su importancia en la mejora de la colaboración hispano-francesa. En 1991, Henri Parot fue condenado a 27 años de prisión por el asesinato del general Ortín Gil.
Constantino Ortín Gil era natural de La Ñora (Murcia), estaba casado con Ana María Álvarez Bizniery no tenía hijos. Al terminar el Bachillerato en Murcia estudió en Madrid Ingeniería de Caminos y Ciencias Exactas y en enero de 1936 ingresó como cadete en la Academia de Infantería. En 1940 ascendió a capitán y llegó a general de división en 1977. Era diplomado de Estado Mayor y, entre otros cargos, había sido Jefe del regimiento de Infantería Mahón n° 45, jefe de la quinta sección del Estado Mayor Central, jefe de la Dirección de Instrucción y Enseñanza, subinspector de Tropas y Servicios de la Primera Región Militar y gobernador militar de Madrid desde el 25 de septiembre de 1978. Estaba también diplomado en paracaidismo, especialidad a la que era muy aficionado.
El asesinato del general Ortín Gil, un día después del atentado que acabó con la vida en San Sebastián del comandante José María Herrera Hernández, provocó una enorme conmoción, alta crispación y rabia desbordada en el Ejército por la política contemporizadora con ETA del Gobierno. Durante el funeral se vivió uno de los “actos más bochornosos que se recuerdan en la transición”, como cuenta Jesús Palacios en su libro 23-F, el Rey y su secreto (Libros Libres, 2010, págs. 158-159):
Al funeral en el Cuartel General del Ejército únicamente acudió dando la cara el vicepresidente para la Defensa, Gutiérrez Mellado. Doña Sofía reprocharía en Zarzuelaque no entendía por qué razón no asistía el ejecutivo en pleno: “forma parte de sus obligaciones y resulta vergonzoso”, comentaría. Pero también los reyes tardarían bastante tiempo en acudir a los funerales y entierros de las víctimas del terrorismo. Las instrucciones al término de las honras fúnebres eran las de introducir de inmediato el féretro en un furgón estacionado en una puerta lateral y trasladarlo a toda velocidad al cementerio. Fue entonces cuando muchos jefes y oficiales estallaron de ira reclamando quese colocara la bandera sobre el ataúd. Cuando otros jefes militares que acompañaban a Mellado replicaron que “¿por qué con bandera?”, se viviría uno de los actos más bochornosos que se recuerdan de la transición.Generales, jefes y oficiales a quienes lo llevaban con paso rápido al coche fúnebre, mientras el vicepresidente, su séquito de ayudantes y otros jefes, trataban de impedirlo. El espectáculo de indisciplina sería memorable. Gutiérrez Mellado fue zarandeado y empujado, y tachado de “¡masón!, ¡traidor! e ¡hijo de puta!”, mientras algunos de sus ayudantes se enzarzaba a golpes con otros jefes militares. Finalmente, el féretro del general Ortín, con bandera, fue sacado por la puerta principal del Cuartel General, portado a hombros de unos mandos del ejército irascibles, entre un coro de gritos de “¡gobierno dimisión!, ¡ETA asesina! y ¡gobierno culpable!”.
Pero no terminarían ahí los problemas. Gutiérrez Mellado, indignado por el acto de indisciplina, ordenó al director del CESID, José María Bourgón, que le facilitara el nombre de los militares que habían participado en los incidentes para tomar medidas contra ellos, a lo que Bourgón se negó contestándole “yo no soy ningún chivato de compañeros”, por lo que fue cesado del puesto. Tampoco su sucesor en el puesto, Javier Calderón, amigo de confianza de Gutiérrez Mellado y verdadero hombre fuerte del CESID, accedió a dar el nombre de los que habían tomado parte activa en los incidentes del funeral. En la Pascua Militar, el Rey zanjaría el asunto llamando la atención a los militares y recordándoles que “los peligros de la indisciplina son mayores que los del error” (Jesús Palaciós, ob. cit., pág. 160).